Por Sergio Sleiman

Cuando un padre lleva a su hijo pequeño (de cuatro o cinco años) a un centro de enseñanza musical, le dicen: “Para aprender a tocar un instrumento tiene que tener desarrolladas unas facultades psicomotrices mínimas que se dan a partir de los ocho años”. La pregunta del millón es: ¿Qué se espera que haga un niño en las primeras clases de instrumento, para determinar su incapacidad hasta los ocho años? Se espera que toque una serie de piezas que son consideradas básicas pero imposibles de abordar para un niño pequeño porque su desarrollo motriz todavía no se lo permite. También se espera que aprenda a leer una partitura, con lo que resulta aún más evidente que todavía no está preparado, ya que no tiene desarrollado el concepto de lateralidad y demás habilidades mentales indispensables para la lectoescritura. Pero, ¿y si cambiamos lo que se debe esperar de un niño pequeño? ¿Si intentamos ayudar a desarrollar lo que es capaz de hacer, en lugar de someterlo al casting de un modelo pedagógico obsoleto? ¿Si partimos de lo que el niño es en lugar de lo que pretendemos que sea? Para esto es necesaria una revisión de la totalidad de la maquinaria instalada en la educación musical. En primer lugar debemos pensar qué es “hacer música”. ¿Es leer una partitura? ¿Es tocar piezas de un determinado nivel? Nosotros pensamos que no. Partimos de la concepción de que la música es un medio expresivo que organiza (manipula) los sonidos para provocar emociones. ¿Pero entonces un bebé que llora cuando quiere que lo cojan en brazos o hace gorgoritos cuando está contento, es un músico? No. Pero de ahí a que lo sea sólo falta un cambio de funcionalidad en esa manipulación sonora; una intención artística en lugar de un mecanismo de supervivencia. Pero parece ser que las herramientas que le permiten a un bebé escoger los sonidos adecuados a sus intenciones, las trae de fábrica. ¿Qué sucedería entonces si partimos de esos saberes biológicos en la enseñanza de un instrumento? ¿Cuál sería el resultado de acompañar al niño en lugar de adiestrarlo? Nuestra experiencia nos ha demostrado que es posible partir de lo que el niño trae de fábrica y ayudarlo a que recorra el camino desde la manipulación sonora con una intención expresiva, hasta la organización artística de dichos sonidos. ¿Cómo se hace esto? El profesor debe generar entornos que propicien la exploración del niño sobre el instrumento con una finalidad expresiva. Y luego, progresivamente, sofisticar ese entorno para que el niño se vea obligado a resolver situaciones expresivas que requieran la búsqueda de nuevas herramientas. Para esto, resulta indispensable abandonar definitivamente la típica clase de iniciación en la que se le explica al niño la manera correcta de colocar el instrumento, la mano derecha, la izquierda, las partes del instrumento, etc. No hay una manera correcta de hacer algo que todavía el niño no se ha planteado hacer. Un bebé no aprende primero sintaxis, pronunciación, o el contenido del diccionario antes de comunicarse hablando. Tiene una intención y “la hace sonar como puede”. Con el tiempo irá incorporando el vocabulario nativo, la sintaxis y por último, la lectoescritura. Desde hace algunos años, en Madrid, existe un proyecto pedagógico llamado Guitar Peques. Durante las clases, pensadas para niños a partir de cuatro años, realizamos una serie de actividades en esta dirección. En el vídeo podéis ver (escuchar) el trabajo de composición de una niña de cinco años. Con lo que trae de nacimiento, con sus conocimientos intuitivos, imaginó y realizó la banda sonora de un amanecer, en el que se distinguen tres escenas claras: Noche, salida del sol, pájaros volando. Ver para creer.

Si quieres más información sobre las clases de Guitar Peques o ver más vídeos de nuestros alumnos:

Guitar Peques Web

Sergio Sleiman
Licenciado en Música, Especialidad, Guitarra (RCSMM).
Licenciado en Pedagogía de la Guitarra (RCSMM).
Máster en Creación e Interpretación Musical (URJC).
Actualmente elaborando su tesis doctoral sobre la iniciación a la música.

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